lunes, septiembre 22, 2008, rallada de belga_seg a las 9/22/2008 01:56:00 a. m.

Ven. Acércate. Te lo voy a decir bajito. Muy bajito. A la altura de tu circular. Así. Te voy a echar de menos. Más. Más de menos. Mucho más de lo que pensé hace justo cinco años cuando llegué a ti. Me asustabas. Te tenía miedo. Te tenía tanto miedo... tanto, tanto miedo... que hasta que no pasaron meses no me atreví a mirarte a la cara y descubrir que, en la superficie, más que en el fondo, eras princesa. Eras princesa y de vez en cuando eras sol. Un día de esos en los que me planteaba qué hacía esquivando una tras otra de tus bocas, me dejé llevar tanto que, al preguntar en qué parte de ti me encontraba, el ruido me hizo entender “tranvía”, me subí a cualquier vagón invisible y me dejé llevar tan lejos que descubrí que, sorprendentemente, también podías ser retiro. Supongo que ese fue uno de los días en los que me empecé a enamorar de ti. Empecé a descubrir tu encanto. Eras todo facultades.
Comencé a mirarte a los ojos y comprobé que tenías las pupilas tan dilatadas que no te importaba demasiado hacia dónde dirigirte. A ti te enamoraban cada una de las personas de este extraño mundo en el que 100 kilómetros más allá, es decir, aquí, pese a la cercanía, la distancia en posturas era- y un lustro después sigue siendo- abismal. Comprobé que tú eras diferente. A veces te fijabas en mí o en cualquier chica como yo; otras descubrías a un chico con carpeta y a veces te conquistaba uno con careta; unas te pinchaban el corazón por los pelos de colores y otras no había color, únicamente el negro, que te pintase las ganas de ser protagonista de un romance gótico, de esos en los que todo es mucho más humano que divino. Muchas tardes te ponías al mundo por montera y nunca te importaba hacer sonar de fondo una zarzuela de Chueca mientras lograbas sacar de tu pretendiente una sonrisa que, a veces era desdentada y otras era de anuncio; como los anuncios de las muchas pegatinas que adornan tu cuerpo. Eras, comenzabas a ser, increíble.
Me has enseñado lecciones de vida y vidas que jamás habría aprendido aquí, o que me habría costado mucho asimilar. Me has condenado al olvido prejuicios y has conseguido que, a veces, me sienta parte de la poesía del hombre que regala prólogos a miles y miles de libros, y otras, nota de los silencios miméticos de tu centro. Me has agobiado con tus prisas y me has tranquilizado con cada una de las sonrisas desconocidas que me ha oxigenado cada paso solitario que he dado al recorrerte. Me has dado cuerdas de guitarra de las que tirar si mis días desafinan y, generalizando, en ti he encontrado parte de una familia en la que no existe un mismo acento y sí un mismo idioma: el tuyo. El que nos has enseñado y que ha conseguido que, después de cinco años, una parte de mí se quede contigo y una parte de ti se venga conmigo. Gracias, Madrid.


Disco de la semana: Balance (Tiza)
Canción: “Estupibilidad” (con Lantana)
“No te preocupes no es cierto es que me vendo mal; no estoy triste es solo cierta estupibilidad (...) en algún resquicio perdí todo el juicio, soy el paso torpe que te pisa al bailar...”
 
martes, septiembre 09, 2008, rallada de belga_seg a las 9/09/2008 01:42:00 a. m.
Mírame: desgarrada un día más. Con los dedos tirando de la lengua al corazón y el sabor insípido del bicarbonato con azúcar que pretenden ser las reglas del amor intentándose incrustar en mi sentido del gusto. Esto se ha convertido en un maratón en el que no me acostumbro a las agujas que me clavas. No me acostumbro a tus agujetas y me rompo cada vez que después de dos días o una semana te vuelvo a ver y sonríes. No hago carrera de ti. Tampoco de mí contigo. Corro. Sigo corriendo. Y aunque correr dicen que es cosa de cobardes, corro detrás de ti intentando alcanzarte... pese a todos los tirones que me pegas una y otra vez; a cada zancada... o cada pasito. No sé por qué sigo confiada y convencida de que tienes una meta para mí escondida en algún bolsillo de tu bolsa de deporte. Dime que sí, que tienes guardado un lazo de esos que se parten con el pecho, pero que te da vergüenza sacarlo porque es de un color que tú no elegiste. Dime que todos los tirones que me llevas pegando durante dos años son la pretemporada, el sufrimiento previo y necesario, el ensayo para el tirón final; el que le pegaré yo al lazo cuando me dejes cruzar tu meta.
Estiro. Estiro la situación hasta el final, que se alarga hasta el principio, y en vez de aliviarme, consigo que me duela todo. Me duele que al resto de la gente se le pase enseguida el dolor de los tirones que les han pegado y parezcan coleccionarlos. Me duele ser la única idiota en esta carrera que parece ir por el camino de no licenciarse. Me duele que me lesiones con sólo una palabra, sólo una mirada... que me destroces con cada sonrisa. Me duele que me rompas y me duele saber que siempre termino poniéndome una bolsa de hielo en las ganas de estar contigo. Enfriando los motivos para querer verte. Echándome un gel sobre la piel intentando conseguir que los pelos de punta se peguen, tapando así la carne de gallina. Masajeando los sentidos de las palabras que un día pegaron tan fuerte... tan tan fuerte... tan fuerte... que consiguieron que contigo tenga un problema de tirones crónicos en el músculo más débil de todo mi cuerpo; el corazón.


Canción de la semana: That thing you do (The Wonders)
“Cause I try and try to forget you girl, but it’s just so hard to do; everytime you do that thing you do...”