viernes, marzo 27, 2009, rallada de belga_seg a las 3/27/2009 01:08:00 a. m.
Se rompió al tercer día. Debió ser el clima o qué sé yo. Quizás todas las horas de diferencia; cuando yo me acostaba, tú te morías por la siesta y volvías al trabajo, y cuando yo me despertaba, tú ya dormías, siempre fiel a tu cita con el sueño. Me resisto a pensar que fuera la distancia, porque últimamente los centímetros entre tú y yo son tantos kilómetros, que sería absurdo pensar que hubiese esperado a romperse en Japón. ¡Imagínate que se llega a perder! Menos mal que hace dos años y medio la habías atado con la fuerza del corazón y esa fuerza, además de fuerte, debe ser inteligente, o simplemente intuitiva, e hizo que esperase a caer en el momento preciso en el que atrapaba la manga de mi jersey dada la vuelta. Entonces la vi sobre la palma de mi mano; sucia, vieja, deshilachada, como lo lleva estando durante, al menos, un año. A mí no me importaba, porque seguía ahí, atada a mí; atada a mí con toda la fuerza del corazón con la que tú quisiste atarla.
La metí en el bolsillo del vaquero, para no perderla, porque si se hubiese perdido no habría encontrado el camino de vuelta ni queriendo;
en Japón los carteles los hacen para niños, solo tienen dibujitos, y ella era tan madura que había perdido hasta los colores que tenía cuando me la regalaste, junto a aquella nota que terminaba diciendo
“... quiero que lleves esta pulsera, por si tienes la tentación de olvidarte de mí, que una mirada rápida a la muñeca... te quite la idea”. Ojalá hubiese estado escrita en japonés.
En cuanto se rompió, me inventé un cuento; un cuento que pensé que sería japonés, de Imabari, con olor a soja y sabor insípido a arroz. Un cuento con kimono de geisha y atuendo de samurai. Un cuento elegante, serio, respetuoso, como lo son los nipones. Un cuento, como los japoneses, de esos que se leen del final al principio; al revés. Pero hoy que te he vuelto a ver me he dado cuenta de que era chino; un cuento chino. Uno de esos que no se lo cree ni quien lo escribe. El mío no hay quien se lo crea. Y mira que me quedó bonito; especialmente esa parte en la que el olvido llegaba descalzo, sigiloso, como se sube a un tatami, al oír el imperceptible sonido de los hilos desgarrándose, y se apoderaba de quien, hasta entonces, había llevado la pulsera encantada alrededor de la muñeca. El hechizo se rompía y la magia desaparecía sin ningún tipo de dramatismo. La fe en el amor tenía la caducidad de una pulsera deshilachada. Y fin.
En realidad yo no quería olvidarte, solo pretendía no recordarte, y aquella historia funcionaba, menos cuando llegaba la hora obligada en la que yo hacía mi trabajo y tú aparecías entre listas de correo. De acuerdo, quizás me acordaba de ti en más momentos, pero la historia de la pulsera parecía llevar a un final feliz; no al que me hubiese gustado, pero sí a un final feliz.
Sin embargo, hoy me he dado cuenta de que no conté con tu sonrisa; esa que destroza todos los esquemas. Incluso los japoneses. Y mira que eso es difícil.
Disco de la semana: 4.000 Palabras (Conchita)
Canción: Dónde lo guardo... “Prometí no dar señales de vida y hasta hace un rato estaba ahí, escondida, diciendo a la gente que todo pasó, que cayeron tus ruinas (...) pero dónde lo meto, dónde lo escondo, dónde lo guardo; mientras te olvido, todo el amor, ¿dónde lo escondo? Que lo he intentado y no hace ni caso, dónde lo guardo...”