- ¿Mamá, para mi también hay?- susurró a su madre en un intento por que sus dos hermanos pequeños no escuchasen la conversación.
- Claro, mi vida.
Calló y siguió subiendo.
Su abuelo se adelantó a todos, y como acostumbraba a hacer, abrió con cuidado la puerta de la habitación.
- Shhh!- dijo- parece que sí que ha venido…
- ¡Bieeeeeeeen! – Todos los primos salieron corriendo a descubrir qué les había dejado Papá Noel aquella noche. Nerea también corrió.
Cuando sus manos alcanzaron el papel que dibujaba su nombre, se asombró. Estaba pegado a un extraño cuerpo negro, grande, más grande que ella. Lo miraba y miraba el papel, así una y otra vez. Sus dedos parecían quemarse al llegar a la cremallera que les ayudaría a desnudarlo. Se armó de valor, y temblando, con miedo por que no cayese al suelo y se rompiese, consiguió desenvolver su regalo... Estaba hecho de la madera más bonita que había visto en su vida... Aquello no era un regalo cualquiera, ¡era un tesoro! El cuerpo estaba vestido a la perfección para la ocasión; con sus seis lazos adornando su largo cuello… Era precioso. Pero esa preciosidad no era sino un impedimento al acariciarlo. Lo rozaba y él gemía. A penas lo tocaba, y el cuerpo se quejaba. Pronto, su madre apuntó a los dos desconocidos a terapias intensivas de convivencia, pero ni con esas consiguió que ambos empezasen a desear descubrir los secretos del otro. Se acabaron odiando… Ella aún tenía pocas heridas en el corazón, en su vocabulario aún no entraba la palabra sutileza, y él se sentía herido con cada golpe que niña y corazón le propinaban.
Pasaron los años y el cuerpo quedó relegado a un rincón, castigado frente a la pared. Nerea, rara vez se preocupó durante ese tiempo de retomar la posible amistad… Tenía otra gente en quien pensar… Hasta que esa gente decidió robarle los pensamientos y no darle otros a cambio… Nerea lloró y lloró desconsolada. Era otra de las muchas adolescentes incomprendidas en el mundo. Por mucha experiencia que tuviese, a Cupido se le seguía acumulando el trabajo. Nerea buscaba refugio en su almohada, pero ésta era un cuerpo inerte, participaba en sus sueños de forma pasiva, dormía, y bostezaba ante las dudas de la chica.
Un día de esos en los que las lágrimas formaban un tifón en su cuarto, Nerea escuchó un pequeño susurro que venía de una de las esquinas de su habitación. Se acercó al cuerpo negro, y en un arrebato de pasión, lo desnudó sin pensar en lo que había ocurrido años atrás. Se abrazó a él, y con cuidado le colocó uno de los lazos que aún conservaba de aquellas lejanas Navidades. Él dejó escapar un suspiro. Le colocó otro y el cuerpo suspiró de nuevo. Así hizo con los seis lazos, y con cada uno, él respondió aumentando la intensidad de sus suspiros. Le pasó un paño limpio y le acarició con suavidad. Se presentaron, y el cuerpo le dijo que le podía llamar guitarra o si lo prefería podía ponerle otro nombre. Había escuchado que los humanos hacían eso entre amigos, se cambiaban los nombres…
Fue el principio de una gran amistad que cada día que pasa, a pesar de las muchas discusiones que siguen teniendo de vez en cuando, se consolida más. A veces, Nerea se olvida de la palabra sutileza, y la golpea, arrepintiéndose segundos después…Pero a pesar de todo se quieren, y cuando Nerea tiene un secreto; del corazón, del alma, o simplemente de lo que queda grabado en su retina, a la primera a quien acude a contárselo es a ella, a su gran amiga, a su confidente, a su guitarra.
"Y hoy míranos, aquí estamos,componiendo en una nueva habitación,va sonando en la mayor,y te cuenta los secretos del corazón...Y míranos, con los añoshe aprendido al fin a acariciartey así a poder dedicarteesta canción"