“Abre los ojos… abre los ojos… abre los ojos” se escucha de fondo mientras, en una habitación a oscuras, los dos comparten manta… Vestidos… La noche es fría y sólo sus ideas calientan alguna parte de su cuerpo… su cabeza. Todo parece volver a ser como antes. Ella comienza a recordar la última vez que compartieron esa manta. Sonríe. Es capaz de seguir la película a la vez que vuelve la vista atrás en el tiempo. Recoge cada palabra que la pequeña pantalla libera, relaciona las frases pares con hechos de su vida; en las impares, ríe con los comentarios que él hace. Y piensa, piensa, piensa…
Fue el día que empezaron a conocerse; un viaje de vuelta en un autobús sin calefacción, con el paisaje de infinitas montañas alemanas de fondo. Helados los dos, decidieron sentarse juntos después de una pequeña pelea en la que él se vio implicado. Ella llevaba la manta hasta el cuello; el vacío de su cuerpo se había cubierto de frío. Aún así, no le importó compartirla. Fue el comienzo de… una bonita amistad. Esa noche lo cambió todo. Conversaciones eternas, absurdas, interesantes, banales… Millones de palabras y otros tantos silencios, que hicieron que los dos llegaran a tener la virtud de radiografiarse el uno al otro, con el único rayo que una mirada más brillante de lo habitual desprende. A veces, ella confundía sus sentimientos por él. La constante lluvia belga le hacía ver todo borroso, difuso… ¿era amistad o era amor?¿cómo se medía el cariño?... Le dieron la mano al tiempo y lo pasearon de aquí a allá; del colegio al campo de fútbol, del cine a la pizzería, a la bolera… de la tierra a la luna menguante, donde ella acunaba sus sueños y estos crecían y crecían.
Un día, él conoció a alguien, y ella, aunque se sentía feliz por su amigo, empezó a llenar folios en blanco con poesías en las que versificaba sobre lo aparentemente sencillo que era todo. Lo complicado era expresarlo sin necesidad de boli ni papel. Poco a poco se dio cuenta de que alguien, quizás la inexperta experiencia, le había construido una autopista entre la cabeza y el corazón. Pero el camino hasta la garganta era una desgastada carretera con peligrosas curvas. Sus palabras solían morir en alguna de ellas. Y lo peor fue que nunca llegó a saber en cuál.
Algunos meses más tarde, la historia entre su amigo y la chica aquella terminó. Había habido juego sucio por parte ésta y una vez más en su vida, era a ella a quien le tocaba curar las heridas. Estaba acostumbrada; el contorno de su hombro ya iba adoptando una extraña forma de bastón… y sin necesidad de roce alguno… Además, debía hacer su trabajo de amiga en un espacio mínimo de tiempo, ya que los segundos iban acercándose peligrosamente a la orilla del Océano que les separaría, quién sabe si de por vida.
Antes de marcharse, ella le entregó la canción que le había dado por escuchar últimamente...”Tumbada mirando al techo, observando las estrellas que caen del cielo, y me pregunto dónde irá mi vida a parar”… Era un fiel reflejo de la incertidumbre ante el futuro que les esperaba a los dos; a ella cuaderno y bolígrafo en mano, y a él vestido de uniforme, preparándose para una posible guerra, sin haberle confiado a ella su, a veces probable, amor. Escribió un mensaje sobre el cartón que decía algo así como “Cuando creas estar solo, escucha esta canción y en seguida me tendrás ahí.”… Y se fue.
Pasaron dos años en los que poco supieron el uno del otro. Las conversaciones, tiempos atrás eternas, se desvanecieron en estúpidos y diplomáticos “¿hola qué tal?”. Ella, cuando de vez en cuando se acordaba de él, recordaba una frase que había leído en un libreto del Maestro: “hay cosas que nunca se dicen, y mueren en los corazones”. Y era cierto. Todas aquellas cosas habían quedado enterradas en el cementerio del olvido. La función debía continuar, y había continuado… Tras esos dos años de medio-mutismo, él decidió que no era feliz… Y volvió a cruzar el Océano, superando tifones en los que ella aún no se explica cómo no murió ahogado.
El día que, tras ser nómada durante dos meses por Madrid y sus alrededores, él llegó finalmente a la puerta de la residencia cargado de maletas, ella se alegró a medias. En su habitación, abrazada a su guitarra, algo le decía que aquellas cosas que habían muerto tiempo atrás parecían tener el extraño poder de resucitar. Sentía golpes conocidos en la parte izquierda de su pecho, que parecían dar con mayor intensidad cada vez, como queriendo salir de un lugar en el que nunca debieron ser encerrados.
Las conversaciones habían vuelto… Las risas, las confidencias, las anécdotas del pasado, los planes del futuro… Volvían a compartirlo todo… o casi todo…
En la 124, recoge los silencios que perdió por cobardía una vez… Minutos atrás los ha tirado finalmente a la basura… Mientras, suenan golpes secos de su olor en la mesilla… Vuelve a sentir el abrazo y el beso en la mejilla que él le ha dado, y en su cabeza retumba una palabra, “amiga”, que se funde con una frase… Espera que alguien la despierte, lleva 20 años soñando todo mal… “abre los ojos”…
Canción de la semana: Una vida contigo (Vega)….. “Cada despertar prometo buscar por cada rincón de esta habitación una vida contigo… que quiero seguir cuidando de ti, poder compartir una vida contigo”