Pero ahora discúlpame, tengo la habitación herméticamente cerrada y tan sólo un foco de luz alimenta las letras de mis folios. No es que no quiera hablar contigo, es que no tengo nada con que aburrirte. Me miras y me dices que no me crees, que me pierdo en un vicio en el que a veces no existen las caras, y que prefiero un icono a un abrazo. No es cierto. Me vuelves a mirar con esos ojos que, sin hablar, lo dicen todo. Te conozco tan bien que puedo leerte la mente. Es como cuando yo te pregunto “qué te pasa” y me contestas con indiferencia: “nada”, pero sin embargo tu mirada dice “todo”. Lo siento si te he defraudado; no era mi intención.
Tú tirada en la cama y yo sentada en la silla. Te miro y me miras con esa sonrisa incrédula, y no se me ocurre nada que decirte. Tú tampoco hablas; insinúas que ya me lo has dicho todo. No esperes una respuesta, no la tengo. ¿No ves que lo único que existe en mi habitación ahora mismo es silencio? Mi guitarra está de vacaciones, mis discos acumulan polvo en la superficie de sus cajas… Diriges tu mirada a la pantalla del ordenador, que permanece encendida. ¿Qué quieres? ¿Quieres que confiese que entre consentimiento y consentimiento del vicio, lo único que me consiento a mí misma es el placer de sentarme al teclado de noche a escribir? Está bien; lo confieso. Lo otro… a lo que tú crees que dedico mi tiempo libre, son simples líneas, trazos que dejo caer de vez en cuando.
Bajamos a cenar y ahora estoy más ausente todavía. Ya ni me miras; así es mejor, porque en caso de que lo hagas, seguramente conteste a tus ojos con una estúpida sonrisa de esas que dejan escapar un suspiro acompañado de ese pensamiento tan recurrente: “¿y qué quieres que le haga?”. Es el pensamiento que entorpece el orden lógico de los acontecimientos, formulando otra pregunta sin hallar respuesta. Tú habla, que yo mientras converso con mi silencio acerca de mis 1984 ilusiones perdidas, de un honor también perdido a causa de un laberinto de soledad en el que yo me he adentrado queriendo… Me llego a plantear incluso, que quizás Primo Levi, superviviente de un campo de concentración nazi, no sería capaz de salir vivo de él… porque sus paredes (las del laberinto) están hechas de ladrillos de silencio… Y el silencio, no todos lo entendemos por igual… Te pido que comprendas que para mí ahora mismo es esencial.
Siento que sientas que me estás perdiendo, porque es lo último que se me ocurriría en el mundo; crear un espacio entre tus bobadas y mi seriedad (en ocasiones), entre tus borracheras y mi sobriedad, entre tus rumbas y mis canciones deprimentes, entre tu corcho vacío y mis mil y una fotos… porque al fin y al cabo, tus fórmulas no se completan sin letras, y mis textos no sobreviven sin su número final, que no es otro que este: 1000 besos….. prometo volver pronto.
Canciones de exámenes (tradición, ritual o manía desde que me acompañaron en mis noches de selectividad):
“Quiero ser Tú” (Vega)…. “Tumbada mirando al techo, observando las estrellas que caen del cielo, y me pregunto dónde irá mi vida a parar… Me voy durmiendo…”
“I finally found someone” (versión Naím y Vero)…. “Did I keep you waiting, I apologize, I would wait forever just to know you were mine… and I love your hair, I love what you wear, you’re exceptional, I can’t wait for the rest of my life”