Hundo la mirada en una bolsa de plástico y noto como se asfixia por momentos, se ahogan mis ojos y empiezan a liberar todo el agua que les sobra. Y tú, empeñada todavía en que te diga cómo me ha ido el día. No quiero hablar. Si me he puesto el antifaz del silencio es porque es el único que quieren mis pupilas, para no ser ellas las que tengan que hablar y decirte con la mirada cómo me ha ido el día. Con máscaras; es de la única manera en la que puedo hablarte hoy… ahora que nos acercamos al carnaval…
Tengo, o tenía, una máscara sobre los dientes, cubriendo con una media sonrisa, la manera en que los unos chocaban contra los otros desgarrando la rabia contenida en mi garganta. Hasta que tú me has empezado a hacer respuestas en forma de preguntas. Tengo una máscara de gritos que visten mi voz. No pienses que es una manera de exteriorizar la ira, y por no tener un precipicio al que empujarla, te la tiro a ti a la cara. No lo es, no me escuches… Simplemente son los harapos con los que he vestido a mi fragilidad en estos momentos. Mis cuerdas vocales han debido de pensar que si se estiran y se hinchan, conseguirán ser tan fuertes como el fino hilo que sujeta el diccionario de mi miedo. No tengo palabras, tengo monemas disfrazados que no quieren llegar a ser más que eso; la mitad de un sinsentido.
Así que por favor no insistas… Sólo abrázame, abrázame fuerte que después de haberme hecho hablar, ya no hay remedio para mis lágrimas, y soy consciente de que siempre han caído mejor sobre tu hombro que sobre el suelo… Y en tu jersey al menos se hunden… bailando en los azulejos no sirven ni para fregar la causa de su desprendimiento…