Eso es todo lo que sentía; sentía que necesitaba abrazarla muy fuerte para comprobar que era verdad, que tener en mi concierto a una de las personas a quien más admiraba como artista, era real, no era ningún sueño. Recuerdo que tuve ganas de abrazarla desde la primera nota que escuchó, cigarrillo en mano, con la otra debajo de su barbilla, y sus grandes ojos clavados en mí… Quería bajarme del escenario y abrazarla. Para mí ya era suficiente; el simple hecho de que se hubiese acercado, significaba que todas las horas que me había pasado hablando de ella delante de amigos y familiares tenían su recompensa. No sólo era feliz sino que además estaba orgullosa; orgullosa de que alguien a quien no dejaré de admirar como artista, era además admirable como persona.
Todavía veo el video de aquella noche y tiemblo cuando llega el momento en el que empecé a tocar esa canción que nunca imaginó que llegaría a oídos de su destinataria. Sigo sonriendo cada vez que veo mi cara de respeto, fascinación y miedo, mientras mis amigos pedían que yo me colase en su habitación, y yo sólo acertaba a decir, con la cabeza agachada y la mano en la boca: “no… que me mata…”. Al final me atreví a cantarla, y ahora se me pone la piel de gallina cuando la cámara que me enfocaba a mí hace un giro, pasa a enfocarla a ella, y se ve cómo ella cruza suavemente su dedo índice por el párpado… Estaba llorando. Supongo que conseguí emocionar a quien había descubierto que yo podía llorar con una canción… y por eso sigo sin saber qué se siente… porque es demasiado grande para explicarlo.
cadena perpetua en
la cárcel del recuerdo…