Desde hace años sé que si ella tropieza, yo caigo; que si yo me pierdo, ella no duda en desorientarse conmigo; que si alguna de las dos lloramos por dentro, la otra lo hace por fuera. Ayer ella despegó, y aunque aún no está muy lejos del suelo, yo ya tengo construida una torre de control en mi teléfono, y un hangar en mi habitación, por si alguna vez necesita resguardarse del frío de las alturas. Unos señores le dieron un diploma y le dijeron que ya estaba preparada para dar masajes y curar músculos. Me extrañé. Nunca me había parado a pensar que ella siempre lo había estado; desde que nos conocemos, y ya han pasado más de catorce años, no ha habido vez que se haya negado a masajear mis penas, haciéndolas menos dolorosas… Y ¿qué decir de todas las veces que se ha encargado de curarme el corazón?
Nos vimos por primera vez en un supermercado; las dos llevábamos el mismo abrigo blanco, y su padre y mi abuela sonrieron ante la coincidencia. Supongo que aquel día, sin darnos cuenta, intercambiamos abrigos de por vida; ahora tengo frío hasta en verano si me falta su abrazo.
Las frutas y las verduras fueron testigos del primer cruce de sus ojos azules con mi mirada oscura, pero la casualidad quiso que los árboles de la Fuencisla no se perdiesen nuestras primeras horas de juegos. Un día aparecí en su colegio, vistiendo el mismo uniforme que ella llevaba puesto desde hacía tres años. No me hizo ni caso. Vi cómo intercambiaba hojas perfumadas con otra niña y me acerqué a enseñarle las mías. Nada. Creo que ha sido de las pocas veces en las que en vez de haber secado mis lágrimas, me ha hecho llorar. Por fin me atreví a decirle que yo era aquella niña con la que había jugado cerca del Pinarillo y… en el mismo segundo en que mis labios pusieron punto y final a la frase, ella puso la primera letra de una historia que espero que no termine en la vida; la de nuestra amistad.
El colegio fue el escenario sobre el cual se vio crecer a dos contradicciones juntas; Recuerdo sus zapatillas de Xuxa a la última moda y sus grandes gomas con pompones (iguales siempre que las de sus hermanas), mientras yo llevaba unos tennis desgastados y unas diademas en las que se enredaba mi pelo castaño; Recuerdo sus saltos sobre la cuerda, mientras yo corría detrás de una pelota; el video de nuestra primera comunión; los cambios de clase, viéndonos solo durante los recreos… Recuerdo sus autógrafos de las Spice Girls y mi sana envidia; la llegada a Secundaria y su primer novio, los pendientes de Piolín que él le regaló y el beso que ella le negó; su primera ruptura; su siguiente novio; el siguiente; su otro ligue; otro más… mientras, yo esperaba. Recuerdo que a veces le decía que no podía seguir así, y recuerdo también cómo le daba igual. Pero si hay un recuerdo que tengo grabado es la primera vez que la vi con un cigarro en la mano; fue la segunda vez que me hizo llorar, aunque ella no me vio, y supongo que no lo ha sabido hasta este momento. Ahora simplemente me limito a decirle “me dijiste que lo ibas a dejar…”. Recuerdo el día que me fui lejos y la tarjeta que ella no firmó… Fue la única que prefirió demostrarme que los “te quiero” y los “no te olvidaré” no tienen sentido si no van acompañados de actos…
Hace poco que entramos en la Universidad y ella ya está saliendo… Seguimos igual… ella castaña y yo morena, ella perfectamente conjuntada, y yo casi perfectamente desastrada con mis vaqueros, ella de ciencias y yo de letras… Ella sigue siendo la que liga, pero ahora, por primera vez, parece que tiene a alguien que la merece justamente… que sus besos le ha costado… Yo sigo esperando, pero me da igual… Los temas de conversación no se acaban, y si lo hacen, el silencio es de todo menos incómodo. He conseguido pegarle alguna de mis rarezas, y ahora prefiere cualquier café conmigo, sentadas en nuestro rincón reservado de La Colonial, viendo la gente pasar, antes que una discoteca con música hortera sonando a todo volumen…
Despega, y yo, todavía desde el suelo, lo hago con ella; con mi mirada, que espero que no se canse nunca de seguir su vuelo… Ayer iba guapísima, pero eso hizo que tiritase de frío… Le ofrecí mi chaqueta, se la puso, y entró en calor… es cierto: seguimos compartiendo el mismo abrigo…
Te quiero peque, enhorabuena!
Disco de la semana: Ajuste de Cuentas (Quique González)
Canción: “Pequeño rock and roll” …. “¿Quién te espera en una habitación de hotel? ¿Quién se estrella cuando tú te estrellas también? Después, a la hora de la pena, dos Gin Tonics no te sientan tan bien y tengo que ofrecerte yo el aire de la calle”