Anita sube al autobús, saca el billete por tercera vez en menos de un minuto, lo mira fijamente, busca su número y se alegra de no encontrarlo. Levanta la cabeza en un movimiento rápido, lo suficiente como para ver que al fondo hay sitio, y en otro acto reflejo, sus ojos vuelven a apuntar al suelo; en diagonal, para no chocar con nada. Camina firme hasta el último asiento en el que la ventana ocupa todo el lateral. Pulsa play, mira al cielo, se acomoda en su sitio, y recuesta su mirada a media altura del cristal. Sonríe. A veces sus labios pierden el norte y sonríen al revés, pero nadie se da cuenta; Anita sabe disimularlo. Otro viaje más por la A-6, la sierra sigue en su sitio la mires por donde la mires, probablemente la misma música, pero diferente… Aunque nada cambie, siempre es diferente.
Anita tiene escondida, entre su cabeza dura y su pálido cuello, una batidora que acelera su velocidad cada vez que una de las manos de Anita sujeta su frente. Anita nunca ha sabido cocinar, probablemente es de las pocas cosas que no ha cambiado en ella; por eso, la receta de hoy es la misma de siempre: deseos picados con una fina capa de nostalgia rallada. Después de tanto tiempo ha acabado saboreándolo y todo.
Dicen que Anita antes era capaz de comerse el mundo. Ahora dicen que es el mundo el que se la come a ella. Anita no cree que eso sea así… no… la mayoría de las veces… aunque cuando se mira en el espejo y ve reflejados algunos momentos del pasado, tiene celos de si misma y le saca la lengua a su imagen, al ver salir de la boca de una niña de un año un “helicóptero” perfectamente equipado, con la hélice milimétricamente colocada sobre la “o”. Es consciente de que ahora le cuesta hasta que la hache muda salga a hurtadillas de su garganta. Anita se vuelve a mirar en el espejo. El filo de sus ojos podría atravesar el cristal y romper la imagen que la ridiculiza en pedazos.
Y es entonces cuando Anita se inventa una explicación para la sinrazón, y le cuenta al espejo, con una pizca de resignación y una cucharada de autoestima, que aquella niña se debió de cansar de hablar tanto un día, y por eso decidió limitarse a observar, escuchar, tomar nota, y de vez en cuando, dejar escapar una hache intercalada entre timidez desahuciada e inherencia de ésta y el silencio partida en dos.
Así que si alguna vez te cruzas con Anita, le dices algo, y ella se limita a sonreír… es buena señal, al menos todavía ese recurso de darte las gracias infinitamente (por lo que sea) no se le ha desgastado…
Disco de la semana: BSO de Amelie
Canción: Comptine d’un autre été… “Tirorítiroriiiii tiroritirori … tiroritiroríi… tirora… tirorítirorii, tiroritirora, tirorítiriori tirora… pinn pan… pan pan… pin pan… pin pan…”