Cansada… estoy cansada… no es que me haya cansado, simplemente es el estado en que me encuentro; mis ojeras lo adelantan y mi forma de ojear lo que me rodea lo delata. Me gusta lo que hago con mi tiempo y me disgusta todo lo que no puedo hacer por falta de él… Arranco el coche con las pocas fuerzas que me quedan, después de un día de varias llamadas y cientos de palabras escritas, que al final son siempre las mismas. Meto segunda, y mi mirada se queda en punto muerto.
Suenan las cuarenta últimas canciones que me gustaría escuchar en estos momentos, y embrago una y otra vez, embriagada de ganas por llegar a casa. Después de varios semáforos en rojo que se han reído de su capacidad de controlar mis movimientos, alcanzo la puerta del chalet, y entonces… me encuentro con tus ojos azules.
Sonríes, me das un beso y un abrazo más fuerte que el que me diste la última vez que te pedí un abrazo enorme (se nota que has crecido). De repente, cada uno de los dientes que me enseñas se transforman en tableta de vitaminas con sabor a fresa… o de chocolate, de lo que tú prefieras… la cuestión es que lo recupero todo, y me dejas sin nada. Tan pequeñito y tan grande…
Te descoloco tu pelo rubio mientras elegimos juntos una película, y acabas enfadándote conmigo porque quieres que me siente a tu lado en el sofá. “Cenas”, y me desesperas con tu vicio por las croquetas y el jamón del bueno; se siente, hoy toca pollo. Tu inocencia desprende sin querer una gracia que solo entenderás cuando seas más grande… no, aún más grande… Tú sueltas una carcajada, y te sientas sobre mis piernas cuando hay varias sillas vacías. Tus pies se aferran a las espaldas de mis rodillas, haciéndome cosquillas con los dedos. Me dices que quieres que te ponga un tatuaje, y yo te tatúo un beso de abuela y una pedorreta en el cuello. Te ríes y me vuelves a pedir que te ponga el tatuaje. Te digo que no, y entonces me miras desafiante, y con un tono al que no se le puede negar nada, con un “por favor” de por medio, consigues acabar con un tribal mal ubicado sobre el ombligo. Ya eres el pirata que querías ser; me lo has robado todo, todo lo que pensé que ni siquiera tenía.
Llega la hora de irse a la cama. Te reto a una competición de quién se lava los dientes más deprisa. “3, 2, 1”… te miro de reojo en el espejo y veo que haces los mismos movimientos que yo con el cepillo, a la misma velocidad; pero al final, como tienes menos dientes, acabas ganando… Mírate los pies; así no se puede uno meter en la cama, porque sino de la noche a la mañana, en vez de soñar con ser artista, sin querer se puede convertir uno en sucesor de Picasso, utilizando únicamente la técnica del carboncillo. Rápidamente metemos los dos los pies en la bañera, te echo jabón, froto y… ya estás, listo para meterte en la cama.
Para que no se te vuelvan a ensuciar, con los dos ojos más bonitos del mundo haces magia, y me conviertes en caballo, del baño a la habitación. Te pongo el pijama; azul, a juego con esa mirada que se va cerrando poco a poco, mientras tus brazos se agarran a una oveja que no quiso ser contada por el insomnio de nadie. Rezamos juntos un “amo a Dios”, como tú lo has llamado y…
Cuando estás cruzando la puerta de los sueños, te doy un beso en la mejilla con el cuidado con el que cualquiera colocaría una copa de cristal en una vitrina en la que a penas caben más… shhh… hasta mañana…
Disco de la semana: “A tu lado. Homenaje a E. Urquijo”
Canción: Pero a tu lado… “ya no persigo sueños rotos, los he cosido con el hilo de tus ojos y te he cantado al son de acordes aún no inventados… ayúdame y te habré ayudado, que hoy he soñado en otra vida, en otro mundo, pero a tu lado”