Una madrugada fría de septiembre de hace exactamente un año… tus promesas golpeando mi cabeza… Y perdí la cordura, y gané la necesidad de darte las gracias sin conocernos de nada… y ya sabes… bendito el momento en que lo hice. Han pasado 365 días y muchas cosas, y mucha gente a la que he conocido gracias a ti…
Desde aquellos primeros correos en los que yo sólo te ponía voz, ni siquiera sabía tu nombre, y tú a mí no me ponías ni cara, pasar por La Colonial ya no es sólo pasar por mi rincón favorito de Segovia, tomar un café mientras miro por ese preciso (y precioso cuando llueve) cristal, con la rueda de por medio, ya no es sólo hacerlo desde “mi ventana”, cruzar la frontera de la ciudad por debajo del Acueducto y mirar hacia arriba, por ver si alguien mira hacia abajo, se ha convertido en algo inevitable… por no decirte en quién pienso cuando no sé qué película ver y termino eligiendo Amelie… o cuando no sé qué disco escuchar y los piratas hunden la indecisión.
Recuerdo cuando llegó el oleaje, y los puntos suspensivos… que no explicaban nada, pero eran suficientes para no dejar que la persona a la que acababa de “conocer”, y que me hacía sonreír con solo una canción, dejase de sonreír ella misma. Me empeñé en dejarte un regalito cada cierto tiempo, pero ni con esas logré que los puntos suspensivos se transformasen en una carita formada por dos puntos y la parte convexa de un paréntesis… hasta que llegaron los idus… de marzo, de noviembre… ¿qué más da?, te dije que no se enfadarían… Les cambié el significado, sin ser carnaval les vestí de Astérix, y te los metí en una cajita, con trece cartelitos con sus nombres pegados a la espalda, para que nunca se te olvidasen. Y cuando aquella noche recibí tu mensaje, en el que se encontraba esta frase; “me has hecho sonreír”, me di cuenta de que sólo por esos 160 caracteres en la pantalla de mi nokia, merecía la pena haberme creído todas tus promesas...
De los conciertos prefiero no hablar hoy, porque cada uno tiene su historia, y cada historia su crónica, así que entre estas líneas no quiero dejarme millones de pequeños detalles que han conseguido que a lo largo de estas 8.760 horas te haya ido cogiendo cada vez un poquito más de cariño. Aunque no te llame nunca para preguntarte cómo va el día, por no molestarte y prefiera inundarte el buzón de tonterías… o aunque cuando nos veamos no hablemos casi… aunque tú me preguntes “qué tal?” y yo sólo acierte a contestar “bien”, sustituyendo tus puntos suspensivos “vía mail” por una sonrisa… Supongo que aunque a veces te pierdo el respeto en los correos que te sigo mandando (y que siguen siendo como el Quijote), y cambio la B de tu nombre por una F, aún no te he perdido la admiración. Y aunque hay veces que espero perderla, otras pienso que mejor no hacerlo… porque significará que no has dejado de enseñarme…
Sé, por ti, que tu vida es un continuo bucle repetido, y que hay muchas personas que antes eran importantes para ti, que se han acabado saliendo de la pista y han acabado cayendo por la cuneta del “olvido” (que tú sabes, mejor que yo, que ese pocas veces viene)… Me gustaría que supieras que si de algo me he dado cuenta en estos 525600 minutos que han pasado desde aquel primer correo, es de que yo no quiero ser parte de ese bucle, que no quiero matarme en ninguna curva, que prefiero ser una línea recta, con baches pero sin fin, y que si me dejas, pinto las promesas con tiza permanente y así el tiempo no borrará todo lo que ellas me han dado en estos 31536000 segundos… y seguirán dándome…
Te acuerdas cuando bajando la Calle Real me preguntaste… “¿por qué Promesas es tu favorita?”… la respuesta es fácil… por todo este tiempo… del verbo brutal. Gracias chica de las promesas.
Canción de la semana: Two beds and a coffee machine (Savage Garden)… “Another ditch in the road you keep moving, another stop sign you keep moving on, and the years go by so fast wonder how I ever made it through”