Es una vez, un momento, un instante, un ahora, un alguien con dos manos, diez dedos, un corazón y una cabeza que a estas horas de la noche está pensando en ti y escribiendo para ti. Tiene palabras y espacios, letras que junta despacio y escoge milimétricamente, para que te vayas durmiendo, al ritmo de la velocidad de las teclas golpeadas sobre una máquina de escribir… en pleno desenlace de una novela de suspense. No quiere que cierres los ojos de golpe; si lo haces, tus sueños más delicados, esos que llevan haciendo cola en tus retinas desde primera hora del día, desde nada más despertarte, podrían salir disparados y perderse en partes del cuerpo en las que nunca nadie les enseñó a sobrevivir. ¿Y quién ocuparía su lugar?
Ese alguien ya sabe uno de tus secretos, y no piensa dejar que el aforo del Morfeo que se abre cada noche en tu cabeza se complete con pesadillas vestidas de negro. No deberías tener miedo, porque aunque tú no lo puedas ver, ese alguien ya se ha encargado de colgar un cartel sobre las puertas de tus ojos, en el que dice en mayúsculas: “Se reserva el derecho de admisión”.
Te preguntarás quién es ese alguien… una vez le dijiste que era un ángel, y le gustó. Desde entonces se ha encargado de buscar en enciclopedias y libros de Historia qué es un ángel, porque siempre le han llamado muchas cosas, pero nunca antes le habían dicho que era un ángel, y nunca antes un “eres un…” le había gustado tanto. Desde entonces necesita saber qué es exactamente lo que es…
“Eres un amor”, le dijeron una vez… y lo meditó, y aunque al principio le gustó mucho, luego pensó que no le habían especificado qué clase de amor era. Pensó que había amores no correspondidos, amores imposibles o platónicos, amores de barra, amores secretos, amores de pegatina, amores de farmacia, amores locos, amores de verano, amores de madre… Decenas y decenas de tipos de amores, y por lo tanto, decenas y decenas de posibilidades de ser cualquiera de ellos sin quererlo… Aunque reconoce que lo que más le asustó fue la idea de poder ser uno de esos amores que matan. Sería incapaz de hacerle daño a nadie, y mucho menos por amor… o al menos eso creía. Así que se sonrojó, porque sabía que quien se lo había dicho lo había hecho con mucho cariño, y no le dio más importancia.
Muchas veces le han dicho eso de “eres un cielo”, y la mayoría de ellas ha puesto cara de susto. Nunca le ha gustado asumir grandes responsabilidades, se considera frágil, y ve el cielo tan inmenso, que sabe que hasta siendo el propio cielo, se perdería en sí. Lloraría y llovería, y no le gusta que llueva, porque se le estropea el pelo, no tiene a nadie que le dé la mano para saltar los charcos, y sabe que no es la única persona en el mundo a quien le ocurre lo mismo. Sólo le gustan las tormentas cuando está en casa… y hasta un recién nacido sabe que los cielos no caben en una casa. Además, en esas ocasiones en las que le han dicho que es un cielo, se ha preguntado si sería un cielo de día o un cielo de noche, uno de verano o uno de otoño, uno de invierno o uno de primavera… Y es que en verano le gusta contar estrellas desde la terraza de la habitación de sus padres; así que si fuese un cielo de noche y de verano a la vez, no podría contarlas, sólo sujetarlas. Y eso era lo último que quería ser en el mundo; un cielo perchero. Por no hablar de las nubes… los centenares de lunares que siempre han vestido su piel serían sustituidos cada día por millones de nubes repartidas por todo su cuerpo de cielo, y aunque sus lunares no le gustaban demasiado, al menos estaban, en cierta medida, localizados.
Las nubes cambiarían de sitio cada día, se moverían, se desplazarían de aquí para allá y de allí para acá. Sus lunares eran redondos y no mutaban su forma; con las nubes correría el riesgo de tener serpientes, conejos, barcos, coches… Todas esas cosas que es capaz de imaginar la gente al mirar al cielo y ver una nube… Además, según pensaba esto, se dio cuenta del gran número de aviones que atravesarían cada día su cuerpo siendo un cielo… ¿dolería un avión atravesado? ¿dónde estaba el alma de un cielo? La catástrofe sería tremenda si un avión la atravesase por su culpa, por desconocer dónde estaba el alma de un cielo, y ser incapaz de protegerla del peligro. Después de plantearse todas estas cosas, se dio cuenta de que ser un cielo tampoco era lo que quería ser.
Y entonces llegaron un montón de personas que se pusieron de acuerdo para hacerle ver que era un encanto… “Eres un encanto” repetían, como copiándose los unos de las otras y los otros de las unas… “Eres un encanto” una y otra vez, y otra, y otra… y ya se sabe que cuanto más escuchas algo, más te lo crees… y se creyó que era un encanto, sin saber muy bien lo que realmente era. Hasta que un día tropezó con un diccionario abierto por la “e”, y se le ocurrió buscar el significado de “encanto”. Le gustaba ir siempre a la tercera acepción, porque consideraba que la primera era demasiado superficial, la segunda era la herida de la palabra, y la tercera era el centro, la esencia de todas esas letras juntas. Y se llevó una decepción al ver que decía “3. Atractivo físico”. No quería ser el físico. Se negaba a ser el físico. Toda su vida dedicada al romanticismo, y de repente un diccionario le convertía en barroco, en físico, en todo por fuera, nada por dentro. Siendo un “atractivo físico” (osea un encanto) atraería a las personas no por quien fuera, sino por quien el resto de la humanidad decidiera que tenía que ser. Y volvió a dar las gracias una y otra vez, pero dejó de ver con los mejores ojos lo de ser un encanto.
Como todas las modas, la frase “eres un encanto” se esfumó de los escaparates de su vida. De la noche a la mañana dejó de ser un atractivo físico, para convertirse en un sol. “Eres un sol”, le escribieron en una ocasión. ¡un Sol! ¡Qué locura! Toda la tierra girando a su alrededor. Le entró la risa. Con lo que le gustaba pasear de vez en cuando sin compañía por Gran Vía, por Fernández Ladreda, por la Calle Real… sabiendo que pocas personas conocían su nombre, su vida, sus idas y venidas, sus preocupaciones… Con lo libre que era y le gustaba ser, y le acababan de anclar casi en lo que algunos consideraban el centro del Universo. Le daba vértigo imaginarse a todos los habitantes de la Tierra pendientes de cada uno de sus movimientos. Agradeció el nombramiento, pero prefirió hacer resucitar a Louis XIV antes de quedarse ahí, viendo pasar generaciones y generaciones.
Y entonces, apareciste tú. Tú y un mensaje de noche. (esto último, aunque pueda parecer una tontería, era muy importante, porque siempre había creído que las mayores verdades se escribían de noche). Y decidiste que era un ángel; algo que nunca antes le habían dicho. Y sonrió. Le gustó. Y como había hecho en ocasiones anteriores, se puso a pensar en los diferentes tipos de ángeles de los que había oído hablar. Le gustaron todos. Incluso le apasionó la idea de ser un ángel caído, exiliado del Cielo por desobedecer; por fin sería algo rebelde sin mayores consecuencias, ya que seguiría siendo un ángel. No tenía alas, pero pensó que no le harían falta, porque existían mil maneras más de volar. Sólo tenía que ir descubriéndolas una a una, poco a poco.
Y fueron pasando los días, y el ángel intentó ir haciéndose, a cada segundo que pasaba, un poquito más ángel, y aprendiendo cada día un poquito más de cada variante. Y esta vez, en este momento, en este instante, en este ahora, con estas dos manos, diez dedos, un corazón y una cabeza que está pensando en ti y escribiendo para ti, tiene adoptada la forma de “ángel de la guarda”. Es quien ha colocado el cartel del derecho de admisión, y no permitirá que ni una sola pesadilla cruce la puerta de tus ojos. Para eso ha escrito este cuento, para reafirmarse como ángel, para guardarte, para que nadie te haga daño por las noches, y sólo el ruido de un despertador te impida seguir soñando. Y aguanta hasta que tú te duermes, sin verte, sin tocarte, pero sintiéndote, y cuando sabe que han entrado todos los sueños, cierra la puerta, memoriza lo que le ha enseñado Kapuscinski, lee un capítulo de Rayuela, y te deja la llave, envuelta en una frase, cerca de la cama… para que sueñes…bonito.
Canción de la semana: “Sunny came home” (Shawn Colvin)
“She says days go by I'm hypnotized, I'm walking on a wire… I close my eyes and fly out of my mind into the fire…”