Por fin domingo. Podría pensar en un millón de cosas más que me afectan de verdad, y sin embargo, aquí estoy, imaginando que esta noche puedes estar tan guapa que Madrid entera caiga rendida a tus pies… y yo con ella. Una hora. Dos. Tres horas. Son las seis; billete para otro viaje más por la A-6. Suelto la maleta procurando que no me tiemble la mano. Las nueve menos cinco; cojo sitio frente al televisor. La cosa empieza tan mal que me pongo a pensar en lo que haría yo con un maletín de esos… “seguro que tiene mucho dinero… ¿será grande el maletín?¿cómo estarán repartidos los billetes?¿qué costará más el maletín o lo que lleve dentro? Nada, esto no mejora. Me sorprendo con lágrimas en los ojos… Por primera vez en cuatro años me veo incapaz de controlar mis emociones delante de ese televisor. Pego un grito y ahora quien se sorprende eres tú (si yo te contara…), te ríes, y yo… casi lloro. Un mensaje. Y otro. y otro. ¿cuánto queda?... ¡No me lo puedo creer! En menos de veinte minutos cambia la suerte, que a veces no es tan ramera, y el Madrid vuelve a ser Rey de Reyes… y en Barcelona se enteran de lo que significa Diarr(e)a. La mano, las manos (de hoy y la del sábado pasado) les sirven de poco. Abrazos, gritos, saltos, gritos, abrazos, saltos. Y tú y tú y tú y tú a la piscina… yo cojo la camiseta de Raúl y me voy a verte a ti.
¿Te acuerdas cuando llegamos y dijimos que a ver si íbamos a ver a la diosa?¿Te das cuenta de que hemos tardado cuatro años? Y aquí estamos; cantando todo lo que se nos ocurre en el metro, botando en el vagón, acortando la distancia entre Tú y tú y tú y tú y tú y tantos tú’s y yo. Y sonrío. Y lo pienso, y me parezco, y me parece tan simple… y a la vez tan increíble… inexplicable. Hoy no me llamas desde el balcón de tu casa, en el ecuador de la calle Alcalá, acercando el auricular al vacío para que sienta desde Segovia el rugido de Madrid, el sonido de cada claxon de cada coche que se para en cada semáforo. Hoy soy yo la que está aquí. Entre camisetas con el siete, bufandas moradas y blancas, banderas que esperan recogidas para ser ondeadas a que llegues tú y tú y tú y tú… Y aquí al lado hay un niño vestido de blanco que se duerme en los brazos de su padre y que, sin darse cuenta, me dice “yo no tendré que esperar hasta los veintiuno…”. Y la verdad es que no le envidio lo más mínimo… porque hoy, lo que siento, es inigualable a lo que hubiese sentido con ocho años si me hubiesen traído.
Y llegas tú, y ya no veo nada, sólo cabezas. Grito y no sé por qué. Muy a mi pesar, y haciendo una excepción que confirme la regla, sigo a la masa. Subo los brazos lo más alto que puedo, como si tuviese ojos en las palmas de las manos. Y aunque veo poco, siento que estás ahí, que te subes a la plataforma, que saludas, que das la vuelta, que en estos momentos puedes estar pensando que te vas de aquí con el mejor sabor de boca. Te subes a la grúa y me adivino una sonrisa de esas que delatan. Eres mi siete favorito. Sólo consigo ver tu brazo en alto mientras agitas la bufanda, pero es suficiente…
De repente un golpe. Algo inesperado y que no entraba en los planes. Mi cuerpo se queda en diagonal y noto manos por delante, por detrás, por los lados… me ahogo, me oprimes. “No os dejéis caer que no salimos!” me gritas. “Respira, tranquila, intenta encontrar un hueco por el que poder respirar. Mantente en pie. No se te ocurra perder el equilibrio. Tranquila”, me digo. “¡Tranquilos, Tranquilos joder!” gritas mientras sujetas tu móvil arriba, siendo lo único visible entre tanta cabeza. Estoy pálida, lo sé. “Venga, respira que se va a pasar” me repito. “Nos vamos ya, nos vamos ya”, me dices, y yo te contesto que sí, aunque no tengo ni idea de cómo vamos a salir de aquí. Otro golpe; éste más fuerte que el primero. Creo que ya no tengo ni los pies sobre el suelo. Estoy pisando a alguien, seguro. “¿Qué pasa?” te pregunto gritando. “no tengo ni idea, ¿estás bien?”, me dices, y yo te miento y te digo que sí, pero tengo miedo y eso supongo que no es estar bien. Espero que mis padres no estén viendo esto por la tele… noto mi teléfono en el bolsillo del pantalón. Ojalá pudiese llamarles y decirles que no se preocupen, que estoy llegando al furgón de la policía y hay una valla por la que la gente está saltando. Ya me va a tocar, ya me va a tocar. ¿Y el niño? ¿estará bien el niño? Estaban a punto de irse, pero… ¿se habrán ido? Ojalá que sí. De repente se escucha, “¡Salid por aquí!”, es un policía… por fin… Me tiembla todo, hay chanclas, alpargatas por el suelo... Todo es tan extraño que en cuestión de segundos paso de tener el peso de cuerpos y cuerpos a mi alrededor, al vacío, a estar más cerca que en toda la noche de Ti, de ti, de ti, de ti, de ti que saltas sobre la plataforma… de ti que te subes al autobús… de ti, que te bajas el último…
Y ahora toca volver sabiendo que la experiencia ha pasado por todas las fases posibles… increíble, indescriptible, inexplicable… Irrepetible; sólo se vive una vez. Y yo ya he tenido mi ración… la próxima, desde casita.
Canción del día: el himno del Madrid por supuesto… “de las glorias deportivas que campean por España, va el Madrid con su bandera, limpia y blanca que no empaña…”
Etiquetas: Campeones, Cibeles, Raul, Real Madrid