La calle está vacía; se nota que es jueves de verano porque no hay universitarios de fiesta. En ese edificio sólo están despiertos los vecinos del tercero derecha. Seguro que es una pareja de abuelitos de esos que se acuestan muy tarde y se levantan muy temprano, y están viendo el programa ese de tele5 en el que iban a hablar de Madonna y Antonio Banderas; sólo se ve una luz azul y blanca que se enciende y se apaga tras las cortinas, sobre un fondo negro. Me apuesto lo que sea a que la mujer está atenta a todo lo que dicen, a pesar de tener que escuchar entre pregunta y pregunta, los ronquidos intermitentes de su marido, que se habrá quedado dormido en el sofá. Una chica cruza el parque cabizbaja; debe de ir escuchando música, porque va dándose golpecitos en la pierna con dos dedos de la mano derecha, como siguiendo el ritmo, y de vez en cuando no puede evitar que la boca se le abra en las o’s al susurrar la canción. La música tiene efectos tan increíbles que hasta le debe de estar abrigando, porque lleva un polo de manga corta y, pese al frío de otoño que hace, parece no importarle. Unos metros más atrás aparece un chico; tendrá unos diecisiete años y va perfectamente peinado con una cresta coronando su cabeza. Camina rápido, algo encogido, adelantando un hombro primero y después el otro; tiene muy marcada la nuez y muestra al vacío una sonrisa perfectamente ensayada mientras habla por teléfono. Ya ha conquistado a otra.
Aquí hay un paso de cebra; como no viene nadie por detrás, me paro y sigo ganando distancia. Una pareja cruza y se adentra en otro parque, mucho más oscuro que el anterior. En el camino al delirio, él le pellizca el culo y ella le pega un mordisco pequeño en el cuello; se ríen y se pierden entre los árboles. Momentos más tarde, un hombre pelirrojo, con una barba sucia y mal cortada, sale de la oscuridad con un cartón de vino en la mano izquierda. Con la derecha, levanta el dedo índice, pidiéndole la vez al cielo, mientras se le oye gritar algo en un idioma que poco tiene que ver con el castellano. Está enfadado. Parece molesto, como si la pareja hubiese ocupado su espacio y él tuviese que pagar un precio por su soledad, transportable a cualquier rincón.
El Acueducto y la muralla se apagan de repente. Son, junto al Alcázar y la Catedral, las grandes Cenicientas de esta ciudad. Aquí pocos dan ya la hora; cada uno hace lo que le da la gana, como ese niño que se cree pitcher del mejor equipo de la MLB y va tirando piedras mientras baja la Vía Roma por la acera de la izquierda. No tendrá más de once años y sabe a la perfección el camino de vuelta a casa, aunque lo alargue hasta las tantas, mientras deja pasar el tiempo escupiendo a los adoquines impares del suelo.
La ciudad parece tan aburrida así…En la pantalla del ordenador, el naranja ha dejado de parpadear… y a mí se me caen los párpados de sueño…
Canción de la semana: “Relocos y recuerdos” (Luis Ramiro)
“seré la excepción, mi dolor no lo cura el tiempo; no estoy loco, estoy reloco por vos, no estoy cuerdo es el recuerdo de tu voz”