Te juro también que intento ser amable. Intento no hacer todo lo posible por evitar el encuentro. Lo intento todo por saludar y que no parezca que lo hago por obligación, que no me apetece lo más mínimo sonreír de un lado mientras del otro pienso “no sé qué hace contigo”. ¿Qué hace contigo? Es la pregunta que encabeza la lista de tantas y tantas que voy apuntando y que seguramente nunca me atreva a hacerte. Un día de esos impares en los que me das más de tres minutos me encantaría entrevistarte; con mi memoria haciendo de grabadora si me gustan las respuestas, y si no… con la indiferencia jugando a ser interferencia y dificultando la comunicación entre tu voz y mis oídos. Pero nunca me voy a atrever. Y tú tampoco. Intuyo que a ti también te gustaría entrevistarme durante más de tres minutos.
Y ya que me he puesto a jurar que intento, sigo. Y ya que he hablado no sólo de ti y de mí, sigo. Juro que intento no llegar a nuestra cita inexistente con la esperanza de que haya cambiado algo en tu vida, de que te hayas dado cuenta de que es absurdo seguir con una historia que no te aporta absolutamente nada (y no fui yo quien lo dijo). Intento no pensar que por fin me prefieres a mí; el riesgo, a su anagrama. Intento no pensar que ojalá me odie con todas sus fuerzas porque intuye que entre tú y yo hay algo inexplicable que crece y te hace dudar cada vez que nos encontramos… aunque sólo sean tres minutos. Intento hacerme a la idea de que mi papel en este guión de película convencional es saludarte y marcharme; conformarme con esos tres minutos y esperar otros tantos días durante los cuales me digas que me echas de menos y que tienes ganas de verme, para volverte a ver, volver a escucharte durante tres minutos (alguno más si toca día impar), y volverme a despedir. Y no, te juro que lo intento, pero no consigo acostumbrarme… Y es que hasta el capítulo de hoy me habla de esos tres minutos…
“Oíme. Oíme bien. Hay días que me despierto temblando. Abro los ojos y tiemblo, me doy cuenta de que estoy temblando y entonces sé que voy a verla, y me paso el día así, temblando, hasta que se hace la hora de encontrarnos. Así desde hace treinta años, tres veces por semana. Y los días que la veo no puedo hacer nada, nada que no sea esperar el momento de verla. Digo que voy a la fábrica pero me quedo en el auto, dando vueltas, o me meto en un cine. Tengo miedo. Pienso en todo lo que tiene que pasar para que podamos encontrarnos y me parece imposible que algo no falle, que no haya un problema- Y soy feliz, Rimini. Feliz, feliz, como un chico, como un idiota. Como seguro que no es feliz el ser más feliz de la tierra…” (El Pasado, Alan Pauls)
Canción del día: Quédate en Madrid (Mecano)
“Con la nariz entre tus ojos y entre un pulmón y otro pulmón, el corazón y los congojos todos en reunión…”