- Dígame señorita, ¿cómo está? ¿mantiene los síndromes tan extraños esos de los que me habló aquel día?
- Sí, pero eso no importa ahora... he venido a pedirle un favor...
- Pida, pida, estamos en Navidad. ¡Aprovéchese!
- Verá, quiero un desconector de mente...
- Demente está usted señorita, demente está usted... ¿Se puede saber qué es eso que me pide?
- Pues eso, un desconector de mente... Algo que consiga que los pensamientos se desenchufen del resto del cuerpo, algo que impida pensar, que bloquee cada neurona que conecta el dolor físico con el psicológico, algo que consiga que los grillos del cerebro se callen por las noches, algo que deje en off a la voz en off que todos tenemos escondidos dentro de la cabeza y que de la mañana a la noche...
- De la noche a la mañana...
- No, de la mañana a la noche, cuando se apagan las luces, cuando el silencio es lo único que se escucha y la maldita voz en off esa se convierte en el peor narrador en tercera persona de la historia de...
- Señorita, no siga por ese camino que no estamos llegando a ninguna parte... Sigo sin comprender lo que necesita... ¿una pastilla contra el insomnio?
- ¡No! No quiero pastillas, las pastillas no sirven de nada; las vomitaría al día siguiente, al instante incluso... quizás... Quiero algo que funcione de verdad, que pueda conectar y desconectar cuando él quiera. Y tengo que encontrarlo porque quiero que sea mi regalo de Reyes.
- Señorita, comprenderá que lo que me pide es casi tan imposible de encontrar como los síndromes esos raros de los que usted me habló... ¿quién le ha hablado de la existencia de este aparato?
- Nadie...
- ¿Nadie?... ¿entonces?
- Nadie, pero tiene que existir. Tiene que existir porque lo primero que me viene a la cabeza al pensar en él es en qué estará pensando él. Y me agobio. Me agobio al imaginar todo lo que se le puede pasar por la cabeza en un segundo. Me mareo si pienso que él puede estar ahora mismo tumbado en la cama, viendo pasar su vida alrededor, dando vueltas, girando a la velocidad de uno de esos columpios como el que había a la puerta de San Marcos, en el que después de un rato girando, sólo conseguías ver el color de la fachada de la iglesia... No quiero que él vea eso, no quiero. Y quiero otro para ella... lo suyo quizás sea incluso peor, como una mala borrachera de esas en las que hasta se llegan a ver visiones... no quiero que ella vea eso, no quiero.
- Pero señorita... no llore...
- No es justo... todavía no... Y estoy convencida de que tiene que haber un aparato que haga parar el columpio... que calme la borrachera... que dé tregua durante un rato... Me da igual si funciona a pilas; con el dinero que aún me queda de este verano tendría para pagarlas, las de los dos, hasta que dentro de seis meses consiga otro trabajo... ¿Qué dice? ¿Me ayuda a buscarlo? Seguro que usted conoce a alguien en el mundo de la medicina que haya inventado un desconector de mente... Seguro que sí... Dígame que sí...
- Me temo que una vez más no puedo ayudarle señorita... pero quizás dentro de unos años... si vuelve... seguirán apareciendo aparatos y más aparatos y aún no habremos encontrado la cura definitiva contra el cáncer... pero igual entonces encuentre un desconector de mente de esos que me pide...
- ¡No, no, no! será demasiado tarde... ¿ni siquiera le quedan cajas de respiraciones?
Canción de la semana: “Colegio vacío” (Fon Román)“Tengo la sensación de un colegio vacío, de un viaje de vuelta; nada me sabe a nada, mejor encerrarme en cajas... con todo lo que me equivoqué y lo que dejé detrás de mí, detrás de mí...”