Entrar en mi habitación y cerrar la puerta es encontrarse inevitablemente cara a cara frente a ti, frente a un póster firmado el 9 de marzo del año pasado, cuando el tren que llevaba parado meses, incluso años, volvió a circular. Tengo una hilera de fotos de tu primer concierto en solitario en 2003 en el Hard Rock de Madrid, decorando mi corcho. Desde entonces nos hemos visto infinidad de veces, nos hemos hecho varias, muchas, fotos juntas, pero a éstas les guardo un cariño especial y nunca las quito; sólo en verano, cuando me toca hacer una mudanza temporal y llevármelo todo a Segovia. Fue el primero, y siempre, desde aquella noche a centímetros de tu micrófono, supe que iba a permanecer a tu lado; que aquella admiración no iba a ser una moda pasajera, que iba a seguir dejando que cada una de tus canciones me tocase de una u otra manera sin importar el paso del tiempo. Recuerdo que aquel concierto tuvo que ser aplazado porque te pusiste pachucha y la espera se hizo eterna; tan eterna como la de este último.
No veía llegar el lunes, el momento en el que hicieses realidad otro de mis sueños, el instante en el que tu sonrisa atribulada se juntase con la mía encima de un escenario. Temí ponerme mala, temí que tú te pusieses mala y que hubiese que suspenderlo, temí que mi voz, de repente, dejase de funcionar justo en el momento en el que no podía fallar. Temí ponerme extremadamente nerviosa a tu lado y estropearte una fiesta de cumpleaños en la que tú habías decidido que yo debía formar parte de la piñata de canciones. Sin embargo, el domingo conseguiste, sin darte cuenta, que todos esos temores se quedaran encerrados, (ellos sí, de por vida), entre las paredes del ascensor. Durante esos ¿diez? ¿quince? minutos que permanecimos dentro me di cuenta de que el poder de la mente es inmenso, y que si había conseguido mantener la calma hasta el punto de ni siquiera quitarme la bufanda, al día siguiente iba a salir a cantar contigo, alguien a quien no solo quiero con locura sino que admiro con pasión, y me iba a comer el mundo; con más o menos clase, pero con ningún temor a que se me indigestasen las notas. Y ¿sabes qué? Creo que lo hice. Sólo tuve que abrir la boca en mis partes de la canción y poner la voz; tu confianza en mí y los continuos abrazos en los que descargue toda mi intranquilidad que se llevó alguien a quien también quiero con locura y con quien tú pareces haber congeniado a la perfección (cosa que me encanta) hicieron el resto.
Tú y tus miradas, tú y tus sonrisas, tú y tu humildad, tú y el cariño que das a tanta gente que te quiere no sólo por quien eres encima de un escenario, sino por quien demuestras ser una vez que te bajas, consiguieron que el lunes, con mi micrófono a tan pocos metros del tuyo y del del violín de Elë, con un sueño en plena conversión a realidad, me sintiese como en mi habitación... Como ahora, mirando cada una de tus fotos y devolviéndote la sonrisa que tantas veces has conseguido poner en mi cara. Gracias. Eternamente gracias.
“...Volvió, sin Quique y sin Iván, y comenzó a presentarnos a Elë y a mí. Cuando la cumpleañera pronunció “Elena y Ana”, me dije “si te subes ahí es para disfrutar”. Momentos después me vi frente a un montón de gente, sonriendo a mis dos compañeras de escenario, fijé mi mirada en Mara, Eva y Anton, que nos enseñaban sus manos con nuestros nombres, y mentí diciendo que me habría puesto un vestido de haber sabido lo guapa que había venido a celebrar su cumpleaños. En realidad era un truco para escupir los últimos nervios que se habían quedado enganchados en la garganta. Y funcionó. No sentí que me temblase la voz. No sentí que me temblase la pierna. Cogí confianza a medida que la canción avanzaba. Vi llorar a varias personas a las que quiero y aprecio y de repente las vi aplaudir y levantarse. Tuve ganas de mirar a Elë y decirle con los ojos que siguiese así, que lo estaba haciendo increíble. Sonreí a Vega cada vez que nos miramos. Ni siquiera temblé cuando el micro se acopló; movimos cada una el nuestro y enuncié la pérdida de Silvio. Pensé en dos personas que no estaban allí y a las que por dos razones bien diferentes echaba de menos. Sentí la canción; la sentí como nunca antes la había sentido. Recuerdo tomar fuerzas y apretar los puños con rabia, con ganas de que el “no habrá nada en el mundo que me haga olvidar que no estás cerca, que me enseñe a vivir sin repetirme cuánto te echo de menos” llegase a donde tenía que llegar. Arriba, atravesando contaminación y nubes; y a cerca de cien kilómetros de distancia de allí, haciendo un viaje por la A-6. No me preocupó lo que pudiese opinar el resto; creo que saqué voz de donde dudaba tener y creo que el mensaje llegó a quien le tenía que llegar. Sonreí, mientras sonaban las últimas notas, mirando a Mercedes dándole las gracias no solo por aquel momento eterno de 3 minutos y 52 segundos, sino por todo lo que me lleva dando desde que nos conocemos. Soy consciente de que fui una privilegiada y estaré agradecida de por vida. Otro sueño hecho realidad...”
Canción de la semana: “Mi habitación” (versión Vega y Ana con Elë al violín)
“Sólo espero que consigas darte cuenta y aunque sea difícil al final comprendas que aunque ponga voluntad no habrá nada en el mundo que me haga olvidar que no estás cerca, que me enseñe a vivir sin repetirme cuánto te echo de menos”
http://www.buhoreal.tv/?c=5456 (canción 18... lo que pasa es que aquí casi no se me ve, soy ese medio cuerpo que se ve a la izquierda)