Estás a una pared de mí. Partimos de la misma altura. Aún no te he visto, así que me limito a disimular que en realidad estoy atenta a lo que tengo que estar pendiente. Lo estoy, sin duda lo estoy, pero eso no significa que no esté pensando, a la vez, que el cronómetro va descontando los segundos que faltan para encontrarnos. Permanezco inmóvil en mi coordenada y reconozco que me vuelvo un poco torpe al intentar centrarme en lo que hay más allá del cristal; otras, quizás las menos, en lo que hay más allá de la pared. Voy ganando altitud.
latitud de 120 pulsaciones por minuto, taquicardia en un segundo, que se ponga a salvo el mundo que yo...
Te veo a lo lejos. Sigo disimuladamente tu trayecto siempre interrumpido; te paras a saludar a una mujer; ahora a un hombre; tocas a un niño la cabeza y te acercas, cada vez te acercas más. Das dos besos a una chica y levantas el brazo, saludando con la mano a alguna persona que has reconocido entre la multitud. Me veo obligada a controlar mi sonrisa al ver la tuya más cerca, cada vez más cerca. Podría inventarme una letra y cantar por dentro una canción acelerada utilizando el ritmo del latido de batería... Pensándolo mejor, creo que me quedaría sin respiración al intentar seguirlo; va tan rápido... Llegas, como siempre, tan increíble, y algo por dentro de mí lo nota; es inevitable... Sigo sin entender que por esto pueda contribuir a la presunta destrucción del mundo...
Si me rozas soy el hipocentro de un terremoto y tiemblo, tiemblo, tiemblo y me desmonto.
Formamos un círculo con dos o tres personas más y a veces choco de manera voluntaria mi pie derecho con tu izquierdo. Lo aparto rápido, como se aparta una mano de una plancha después de una quemadura fruto de un despiste. Otras, tu brazo derecho y mi izquierdo se encuentran, como los polos opuestos de un imán, y permanecen tocándose durante un rato. Tiemblo por dentro y se me llena el cuerpo de grietas; no las veo, pero las siento.
Si me miras soy el hipocentro de un maremoto y lloro, lloro, lloro hasta que me ahogo
Ahora me miras y me dices, mientras echas el cuello para atrás en un movimiento leve y rápido, “¿qué?”... y yo, como siempre, entre derrumbada y agradecida, abro el paréntesis en la cara, ese que no aclara nada, y entre la sonrisa escurridiza y los hombros levantados te intento invitar a pensar que igual deberías preguntarme eso en otro momento y, sobre todo, en otro lugar. No me hagas hablar ahora, por favor, que lloro.
La unidad de “salvamento” (entre comillas) siempre llega a tiempo, y entre escombros de esperanza encuentra algún silencio que me sirve de balsa pa’ flotar una semana más en este infierno, en este infierno... evitando convertirte en epicentro.
Ya está. En eso ha consistido nuestro encuentro de la semana. En vez de aferrarme a la esperanza y confiar en el “quizás”, vuelvo a sujetarme a lo seguro; un silencio y hasta la semana que viene. Quién sabe; puede que entonces, terremoto y maremoto encuentren una salida en mi cuerpo, y no sea yo la única afectada.
Si me rozas soy el hipocentro de un terremoto, y tiemblo, tiemblo, tiemblo y me desmonto. Si me miras soy el hipocentro de un maremoto y lloro, lloro, lloro hasta que me ahogo..."
Canción de la semana: “Recuerdo crónico” (Jorge Marazu)“Ansioso de ti, borracho de vivir, cansado de ver puertas frente a mi nariz, vencido sin tener un sitio a donde ir, buscándote en contra de mí...”