No me importa ser cobarde, lo que me importa es tenerte miedo. Porque no me gusta esta sensación. Porque siento que tengo un precipicio delante, y al que el mundo me empuja y por el cual no tengo muchas ganas de caer. Y todos los días pierdo el equilibrio, y unas veces estoy más cerca y otras más lejos. Yo solo quiero escribir. Escribir. Es-cri-bir. Me da igual dónde y para quién, lo único que no me da igual es cómo. Quiero escribir como yo sé escribir. Y sé que sé. Y sé que hay lugares donde puedo hacerlo como sé. Y es lo único que quiero. Aunque otras veces lo que quiero es tenerte cerca, a ti y a ti y a ti y a tantos ti, y entonces se me olvida que quiero escribir. Y esas mismas veces me apetece la sensación de libertad que un lugar me da y otro no, y también se me olvida que quiero escribir. Y a veces, esas veces también me recuerdan la sensación del placer que provoca escuchar un disco en directo, y también se me olvida que lo que más quiero en el mundo es escribir. Bueno, en realidad, esas veces sueño que escribo crónicas de conciertos y que vivo de eso; que las notas me alimentan y los baretos y salas llenas de humo y de oscuridad se convierten en el prólogo de un hogar. Ya ves tú, ¡qué tontería! ¿quién quiere comprar la música en diferido y en palabras, si no se puede escuchar?
Luego pienso que volver a vivir contigo no puede ser tan malo. Que después de dieciocho años haciéndolo, volver a mi habitación, a tus mimos, a tus besos de buenas noches todos los días no tiene por qué significar retroceder. Y entonces tengo más presente que nunca que lo que yo quiero es escribir, aunque tú lo que prefieras es que me vaya de casa y me convierta en una estrella; quizás yo no sea la más ilusa en toda esta historia. A veces me encantaría tener poder de convicción. Poder de convicción. Suena poderoso. Lo utilizaría para convencerte de que, como dijo alguien alguna vez, “a veces, menos es más”. Y que yo lo que quiero es más, pero no a cualquier precio. Y ¿sabes qué es lo peor? Que una vez lo compré al precio que yo quería, o mejor, me lo regalaron. Gratis. Entonces supe que lo único que quería era escribir. La culpa la tuviste tú... y tú... mi sueño se arrugó como una bola de papel y dio la vuelta, y ahora soy yo la que da vueltas y vueltas a una historia en la que presiento cuál va a ser el final.
Pero no voy a dejar que llegue tan pronto, y además le voy a dar la opción de cambiar, porque decir “no” de primeras sería una estupidez. Quiero darme la oportunidad de decir: fui yo la que se negó. Fui yo la que prefirió la libertad a estar de acuerdo con lo que el resto considera que es lo mejor. ¿qué es lo mejor? ¿qué es el éxito? ¿qué es el triunfo? No lo sé. Yo sólo sé que quiero escribir. Me da igual dónde y para quién... o no, quizás tampoco me da igual para quién. Quiero que me llamen por mi nombre y me tiren bolas de papel cuando esté distraída. De momento sólo conozco un lugar en el que ocurre eso. Pequeñito, sí, pero acogedor. Eso es lo que importa.
Canción de la semana: “Mi realidad” (Tiza)