Me tapo los oídos con temas que mi mente canta por inercia y me pierdo en ti; es necesario. Siento que necesito sentirme forastera en casa. Busco que los azulejos que anuncian el nombre de tus calles me digan que no me echarán de menos porque apenas me conocían. Trepo por tu columna vertebral con el sol reflejando lo que llevo por dentro, jugando a hacer de mi cara y mi cuerpo un dibujo en blanco y negro, y mientras tanto, alzo la mirada a las fachadas de tus casas viejas, intentando encontrar balcones que tengan sus persianas bajadas; la boca cerrada para no devolverme el saludo si los miro fijamente. Llego a la Plaza Mayor y me encuentro con una manifestación de la que soy testigo en la distancia, intentando comprender el por qué de ciertas cosas que no deberían tener causa, y que son tan incomprensibles como mi miedo a abandonarte, ahora que ya había aprendido de sobra a no echarte de menos. Todo es tan absurdo que doy una vuelta alrededor, pretendiendo que alguna de las terrazas que conozco desde que era tan pequeña que ni me encuentro ni me acuerdo, me silbe invitándome a tomar algo, tentándome como a cualquier turista del montón que hacen cola a la puerta de la Dama de las Catedrales. De esta manera la despedida sería simplemente como lo que será; coger un autobús de vuelta y punto.
Alzo la vista intentando que San Frutos pase página de una vez por todas y de verdad, para sentir al menos que algo ha cambiado, que no sigues siendo la de siempre. Busco huecos entre tus huesos, rincones arrinconados hasta hoy por las esquinas de mis ojos, pero los que encuentro son tan pequeños que siento que debería graduarme las retinas; seguro que de ese modo lograría encontrar en mi memoria esas calles que forman parte de tu alma y que nunca me has dado opción a recorrer. Hay tanto de ti que desconozco... Decido entonces subir por una de esas dos venas que te dibuja una V en el cuerpo, cuya punta es el Alcázar, y ahora sí empiezo a sentirme de verdad una extraña viajera en ti, observadora de algunos de tus modos desconocidos. Subo y bajo calles por tu tripa como quien sabe que ha perdido algo pero no tiene muy claro qué. Atravieso calles que huelen a húmedo, calles que no se dejan respirar y mucho menos contemplar, y que consiguen hacerme creer que nunca he sido oxígeno en tus pulmones; que puedes vivir sin mí, que no tengo por qué preocuparme en regresar.
Me quedaría así, haciéndote cosquillas por esta parte de tus entrañas durante un buen rato; el necesario para que te rieses de mí en la cara y me llamases una y otra vez forastera. Y sin embargo, ¿sabes lo que hago? Exacto. Termino en el mismo lugar de siempre, mirándote desde arriba, con cara de pena, como la de siempre pero por un motivo diferente, y pidiéndote en silencio que por favor me eches un poco de menos... Solo un poco...
Disco de la semana: De casa a Las Ventas (Rosana)