Tiene que ser entrar en el vagón y no alegrarse por que haya muchos asientos seguidos libres. Sentarte, dejar el bolso en el sitio de al lado, quitarle el plástico a una de las dos películas iguales que has comprado, quitarle el precio a la otra y esperar otra de las casualidades de nuestras vidas para decir de nuevo esa frase que te has aprendido de memoria: “tengo una cosa para ti”. Salir al andén sin empujar a nadie en el intento. Subir cada peldaño como si fuese medio. Con prisa. Con la intención de llegar lo antes posible al último, y no porque haya nadie esperándote para besarte en la boca, sino porque una vez fuera, solo te queda entrar en casa y poner punto y final a otro día de un verano invernal, casi infernal. Ver con impotencia cómo los cubos de la basura en la calle ya están vacíos y ser consciente de que el tuyo sigue lleno. Comprobar cómo se te ha hecho tarde para bajarla una noche más. Meter la llave del portal, abrir, y tener que subir y bajar el brazo derecho para que el sensor de la luz reconozca tu pequeño cuerpo antes de que te choques contra la pared. Tiene que ser haber perdido tres kilos en un mes.
Seguro que es llegar a la puerta de casa y tener que dar dos vueltas a la llave. Tener encendidas dos de las doce bombillas que cuelgan del techo del piso. Andar desnuda por la casa. No saber cómo se utiliza el lavavajillas y haber gastado media botella de Mistol en un mes. Tener restos de queso en uno solo de los dos compartimentos de la sandwichera. Utilizar una única sartén. Una única taza. Cambiar de cuchillo, tenedor y plato a propósito. Haber aprendido a freír un huevo y haber conseguido que las tortillas no parezcan revueltos. Abrir la nevera y que los tomates que compraste hace tres días ya empiecen a dar síntomas de padecer varicela. Que los pepinos estén envueltos en algodón y la mitad de la pizza que no cenaste hace dos días esté tan dura como la leña del horno donde la cocieron antes de envolvértela en plástico. Beber a morro de la botella. No tener más de dos cartones de leche y comprobar que con las migas del pan de molde se puede jugar a las trincheras, pero no a las figuras de plastilina. Escribir mensajes cargados de preguntas y pocas veces recibir alguno esperando una respuesta. No mirar el buzón de voz del teléfono.
Es amanecer en diagonal sobre una cama de matrimonio.
Disco de la semana: Personas (El Canto del Loco)
Canción: “Gigante”... “Sé que eres el gigante que amo, la persona que me ha dado tan al centro de mi ser y me ha reinventado de cosas que no había probado...”