- ¿No puedo? Me gusta su voz... me calma a estas horas de la noche... Y sus canciones...
- Sí, en tu situación, perfectas para deprimirte y acabar pegándote un tiro.
- No tengo escopeta, ni siquiera pistola... Tiene gracia; eso es lo que me mata.
- ¿Qué dices?
- ¿Y a ti qué más te da?¿Quién eres? Y ¿qué te importa lo que escuche o deje de escuchar? “Ana, te veo y me declaro culpable de desear tu presencia más que desear la paz...”
- Te encantaría que te dijese eso, ¿eh? Pues ya es hora de que te vayas convenciendo de que nunca va a pasar, por mucho que escuches mil veces “Déjate convencer”. ¿No te das cuenta? Es un amor imposible.
- Vaya, parece que no soy la única que escucha a Ismael de vez en cuando...
- Eres una cabezota.
- Cabezota también, pero me temo que en este caso lo que soy es corazota.
- ¿Corazota? Eso no existe.
- Pues seré una especie en peligro de extinción, pero me temo que soy corazota...
- Pero si pasa de ti, ya ni siquiera pregunta qué tal estás, ¿dónde se han quedado todas esas cosas que te decía?
- ¿Sabes cuál es el problema? que me las decía, me las dijo y fue entonces cuando me enamoré. Y creo que las ha ido guardando poco a poco en algún maldito lugar, en algún trastero de su cabeza o en algún baúl de su cuerpo, y siendo tan desastre como es, seguro que ha perdido la llave. Un día se dará cuenta de que las echa de menos. De que echa de menos ser como llegó a ser. De que hubo una vez, al menos conmigo, en la que se dejó querer, en la que dejó que alguien se colase hasta dentro de sus sentidos. Y que cuando se quiso dar cuenta, cerró la puerta; primero un poquito, y luego de golpe y porrazo.
- Y tú seguiste llamando...
- No. Yo me limité a ser como soy y a dar golpecitos de vez en cuando por si me volvía a abrir, aunque fuese solo un resquicio, para prestarle un poco de azúcar, que de vez en cuando no está mal endulzarse la vida...
- Pero está claro que no quiere, ¿para qué insistes?¿ves cómo eres cabezota?
- No insisto. Dejé de insistir cuando me lo pidió. Y me está costando la misma vida no ser como soy; y especialmente con alguien que me importa tanto, y precisamente en este momento. Y te repito que no soy cabezota, que soy corazota. Siento así porque no sé sentir de otra manera, nunca he sabido. No lo entiendes o no lo quieres entender; ¿qué pretendes que haga con todos los momentos que compartimos?¿qué hago con las cosas que me dijo? Porque yo no fui la única que dijo cosas. ¿Qué hago con su manera de ser cuando me colé hasta su cocina?¿qué hago con su sonrisa?¿me puedes decir qué hago con su forma de hablar?¿y con su olor? No tienes ni idea de lo que es estar a su lado y que te sonría, y al rato se marche dejando esos trocitos de metralla en el aire que te alcanzan como te alcanza un gas tóxico y te hipnotizan, te piden que les sigas a donde quiera que vaya. No tienes ni idea de lo que es querer a alguien como no has querido nunca a nadie... y no ser correspondida. O tener la convicción de serlo a miedo...
- Y ahora ¿qué haces?
- Me has dicho que no escuche a Ismael Serrano...
- Ya, pero...
- Me ha dado la hora hablando contigo y son las únicas “buenas noches” suyas que me quedan, ¿tampoco puedo?
- Son compartidas...
- Te repito... ¿a ti qué más te da? No me has dicho quién eres.
- Soy tú.
- Te equivocas, yo soy yo.
- Soy esa parte de ti a la que te niegas a escuchar. La parte de ti que razona.
- La cabezota, entonces. Me llamas cabezota y eres tú la parte cabezota. Pues yo lo siento, de verdad, pero es que lo siento de verdad.
Canción de la semana: Thank you for loving me (Bon Jovi)