Me subo a la sirena como hacía con dos y con tres, pero a los veintitrés nadie me echa una carrera para intentar llegar antes y me canso. No tiene gracia. Es como si la sirena no tuviese mar donde bañarse, ni siquiera de gente. Y miro hacia la derecha y ya no espero a que dobles la esquina para salir corriendo por miedo a perderte de vista a ti y perderme yo. Ahora miro esperando que salgas de algún portal de la esquina para verte de lejos, quedarme parada y obligar a mis pupilas a darse prisa para que parezca que en un día he aprendido a no querer verte. Para que parezca que no estoy tan perdida.
Miro de frente y ya no está el cine que había antes. Supongo que las películas no duran eternamente. Ni siquiera las de amor. Amor; es uno de esos conceptos que con los años he sido incapaz de aprender a mirar con otros ojos. Un día me quedaré ciega por gilipollas. Miro a la izquierda y la calle Real es más que nunca la calle Cervantes. Es lo que tiene hacerse mayor; que aprendes a leer y a veces tienes la opción de elegir entre lo que ves y lo que te hacen ver o te cuentan. El paisaje es Quijotesco. La gente se da el relevo a medida que pasan los minutos, con la misma facilidad que el aire se cambia por viento entre las aspas de un molino. Y muchos parecen gigantes contra los que luchar para llegar a conseguir lo que más quiero del mundo. Los consejos de mis Sanchos llegan vía esemese y esta sirena Rocinante no se mueve; algo me dice que con dos y con tres la habría hecho hasta volar. Mira... debe de ser que ya no estoy para estos trotes.
Y miro atrás y mis ojos llorosos se chocan de bruces con el pasado. Juan Bravo me mira entre desafiante y triunfador. Insultante. Con el brazo derecho alzando una bandera sin color me clava en la espalda que la Historia la escriben los vencedores... y mira... digo yo que al final todos tenemos nuestra propia Historia... ¿o no?
Canción del día: Promesas (Los Piratas)