
Lo necesitaba. No sé si se me nota, pero lo necesitaba. Necesitaba poner las manos sobre un teclado que no fuese el mío. Y escribir sobre ti. O sobre ti. O tal vez sobre ti. Necesitaba dejarme a un lado para mirar hacia otro. O quizás mantener el soliloquio, pero atreverme a hablar con público. Necesitaba dejar de comerme las paredes de esta casa, porque ya llevaba un buen atracón y la soledad, incluso otorgándole carácter de plato favorito, de vez en cuando resulta indigesta. La soledad durante el día debería estar prohibida; la nocturna es diferente. Necesitaba enrollar el maldito diploma y dejar de verlo en cualquier página de cualquier periódico escrita por cualquier desconocido. Necesitaba arrancar con cuidado textos con mi firma que no fuesen columnas; necesitaba informaciones inestables, de esas que doy escondiendo, con temor, la posibilidad de equivocación. Necesitaba esa sensación de no sentirme a salvo hasta el día siguiente, hasta la ausencia de llamadas. Necesitaba certificar que me sigue dando miedo o vergüenza, o una mezcla entre ambos, descolgar el teléfono... pero también necesitaba certificar que cada vez esa combinación resulta menos acertada. Certificar que cada día soy más valiente... o más periodista.
Lo necesitaba. Más para recuperar la ilusión que para ilusionarme. Más para sentir titulares que para dar sentido a la titulación. Lo necesitaba y de alguna extraña manera ha llegado. Como llega un bolazo desde la mesa de al lado. Necesitaba el impacto del papel. De mi papel. De lo que soy y quiero ser.